En la época colonial, los metales provenientes de las minas no podían ser comercializados en bruto ni utilizados para pagar el Quinto Real, por lo que era necesario realizar su beneficio, es decir, su transformación, para extraer de ellos los metales preciosos separándolos del plomo u otros metales.
Fue así como surgieron las haciendas de beneficio, también conocidas como ingenios o fábricas, que se ubicaron cerca de los reales de mina, en su entorno próximo o a veces alejados debido a la escasez de agua corriente, suministros, mano de obra o caminos.
El establecimiento de las haciendas de beneficio se puede identificar en las encomiendas y mercedes de territorio que, desde el siglo XVI, otorgaba la Corona Española a los militares de mayor rango y mérito. Estas dádivas derivaron en verdaderos señoríos casi feudales, y se transformaron con el tiempo en las propiedades rurales más típicas de la Nueva España.
Las haciendas de beneficio se perfilaron en breve como el pilar más importante de la economía virreinal. Esta circunstancia se mantuvo hasta los inicios del siglo XX, cuando, como resultado de los conflictos políticos de la Revolución Mexicana —cuando caudillos como Emiliano Zapata o Pancho Villa tuvieron un lugar determinante— fuera promulgada la importante Ley de la Reforma Agraria, tras de lo que aconteció un drástico cambio en las maneras de poseer tierras, y de acuerdo con ello, se repartieron las propiedades y bienes de la mayoría de las haciendas en México.
Como muestra de la gran cantidad de haciendas de beneficio que surgieron en México, cabe mencionar a la población de Sultepec, al sur del territorio mexiquense. Se sabe que en 1874 en sus inmediaciones existían por lo menos unas 72 minas y haciendas de beneficio.