Las
haciendas mexicanas se integraron como un sistema agropecuario que se mantuvo vigente por más de tres siglos. En torno a ellas giraba no solo la vida rural, sino también una buena parte del crecimiento económico del país.
Las labores agrícolas fueron las impulsoras de la nación durante varios cientos de años. Al amparo de su dinámica comenzaron a aparecer importantes haciendas dedicadas a la producción de cereales en estados como
Guanajuato o
Puebla.
En sus inicios se trataba de modestas haciendas, pero tal y como ocurrió con las dedicadas a otros giros, con el advenimiento de la industrialización aprovecharon mejor sus tierras, incrementaron su producción, y finalmente se transformaron en importantes centros económicos.
En el estado de Puebla se concentraron en cierto momento histórico numerosas haciendas cerealeras, que fueron una referencia importante durante el virreinato. Su producción final dependía siempre de los recursos de la región, las condiciones climatológicas y la extensión de los territorios comprendidos.
Una de las haciendas cerealeras más importantes del país es la de Santa Mónica en Tlanepantla, la cual, en la actualidad, es la sede de un interesante museo.